sexta-feira, 13 de março de 2015

EM CUBA, HAVANA, LUCHO PROFERE CONFERÊNCIA MAGISTRAL DISCORRENDO SOBRE A PROPOSTA DA ALAL POR UM NOVO MODELO DE RELAÇÕES DE TRABALHO PARA O SÉCULO XXI






SUCESSO RENOVADO

Como conferencista na sessão de encerramento do IX Encontro Internacional de Advogados Laboralistas  e do Movimento realizado nas dependências do Hotel Nacional, de 04 a 06 de março de 2015, em Cuba, Havana e  com a presença de mais de 280 delegados presentes, de 18 países, LUCHO, Luis Enrique Ramírez, Presidente da ALAL, discorre sobre a Carta Sócio Laboral, uma proposta democrática para as relações laborais no Século XXI:
FRENTE A LA GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA, GLOBALIZAR LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES. LA CARTA SOCIOLABORAL LATINOAMERICANA

(*) Luis Enrique Ramírez

“Lo imposible es lo que tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días”.

Simón Bolívar

I. Introducción:

En la “Declaración de La Habana”, aprobada en octubre de 2008, la Asociación Latinoamericana de Abogados Laboralistas decía:

“La globalización de la economía mundial es un dato de la realidad y parece irreversible. Sería necio negarlo. Pero lo inaceptable es el tipo de globalización impuesta por no más de un centenar de poderosos grupos económicos, que concentran un tercio del comercio internacional y que han decidido cómo se deben articular las relaciones en ese ámbito. Es una globalización planteada desde los intereses de las grandes corporaciones transnacionales, que segmentan el mundo en países que están del lado de la concentración del capital, del dominio financiero y de la ortodoxia del mercado, y países que quedan del lado de la marginación y la pobreza.”

En el marco de una de las crisis cíclicas del sistema capitalista, quizás una de las más graves, desatada por la quiebra de Lehman Brothers en 2008, la ALAL destacaba en aquella declaración que:

“En ese modelo de globalización floreció un mercado sin nacionalidad. Se formó un sistema monetario internacional que 2

prácticamente estaba al margen de las reglamentaciones gubernamentales, con capacidad para enviar miles de millones de dólares a dar vueltas alrededor del mundo las 24 horas del día.

Se favoreció el dumping social, ya que el proceso estaba motorizado por poderosos intereses económicos que escaparon de todo el control estatal, y que buscan una mayor rentabilidad del capital sin reconocer límites éticos o compromisos sociales. En lo que hace a los derechos de los trabajadores, impusieron a los gobiernos la idea de bajar los niveles de protección “a común denominador internacional menos exigente”. A esto se lo llamó flexibilización o desregulación laboral, que no fue otra cosa que el abatimiento de los niveles de tutela alcanzados en cada uno de nuestros países.”

Es claro que la globalización económica y financiera es una estrategia del llamado neoliberalismo, que se presenta a mediados de la década del ´70 del siglo pasado planteando la imperiosa necesidad de imponer en el mundo la libre circulación de bienes y capitales, la que, supuestamente, llevaría al desarrollo económico y social de toda la humanidad. Pero para ello, se decía, eran imprescindibles dos condiciones: mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo, “flexibilizando” el Derecho Laboral, y reestructurar las empresas, ya que el viejo sistema de elaboración de bienes “taylorista-fordista” no servía más. La empresa con una estructura vertical, centralizada, que asumía directamente todo el ciclo productivo, supuestamente era una antigüedad. Se preveía que el abatimiento de las fronteras nacionales y el rechazo a todo tipo de “proteccionismo”, sometería a las empresas a mercados cambiantes e inestables, y a presiones externas que sólo podrían soportar las que hubieran podido subdividir el proceso productivo y descentralizarse.

Se impone así, por la fuerza de los hechos y en función de claros intereses de los sectores sociales dominantes, un nuevo concepto de empresa, la que sólo conserva un núcleo de trabajadores bien remunerados y con buenas condiciones laborales, mientras externaliza todas las funciones posibles, las que se contratan o subcontratan con empresas periféricas. Se produce una transformación en las técnicas de gestión empresaria, para mejorar la posición de las empresas frente a mercados naturalmente inestables. Ante una contracción del mercado, baja de la rentabilidad o problemas financieros, se rescinden los contratos con los proveedores de servicios, quedando a cargo de éstos el trabajo sucio de las suspensiones, los despidos, o el cierre de la empresa.

Así, la tercerización aparece como una consecuencia natural y lógica de la globalización capitalista. La empresa principal no recurre a ella por un tema de costos laborales, o, al menos, no sólo para mejorarlos, sino en la búsqueda de la ansiada libertad de gestión, que le permite flexibilizar al extremo el ingreso y egreso de trabajadores, sin violentar –en principio- el ordenamiento jurídico vigente. Repito que el trabajo sucio lo harán sus contratistas o subcontratistas, empresarios que, en general, son de dudosa solvencia.

Otra enorme ventaja, para los empleadores, de esta tercerización, es la fractura de la representación sindical, al aparecer en el establecimiento grupos de trabajadores, empleados de estas empresas satélites, encuadrados en gremios diferentes, con convenios colectivos de trabajo diferentes, y con muy escasa voluntad para la acción colectiva, como consecuencia de su precaria situación laboral.

Desregulación, flexibilización y tercerización laboral son, entonces, un producto de la globalización del sistema capitalista. Así de simple.

II. Las consecuencias de la globalización

La crisis del sistema capitalista originada en la quiebra de Lehman Brothers, parece demostrar que la globalización no sólo ha fracasado en su intención de prevenirlas, sino que en su propio código genético está el germen de la aparición y desarrollo de nuevas crisis.

La llamada globalización no es otra cosa que una generalización de valores, principios e intereses de los grandes grupos económicos que dominan el mundo. Hoy es un dato de la realidad, fácilmente constatable, que su visión materialista e individualista sólo ha servido para aumentar y agravar las desigualdades económicas y sociales. La propia OCDE reconoce que la desigualdad del ingreso alcanzó su mayor nivel en 30 años. En la actualidad el ingreso del 10% de la población más rica es 9,5 veces más alto que el del 10% más pobre. En los ´80 la proporción era de 7 veces. Esta desigualdad se explica porque los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Lo curioso es que este fenómeno se produce tanto en las épocas de bonanza económica, como en las crisis. El período 2008 (quiebra de Lehman) a 2014 no ha sido la excepción. El retroceso del trabajo con respecto al capital en el reparto de la riqueza aumentó, creciendo las desigualdades sociales.

Por ahora el epicentro del despojo parece estar en Europa. El jurista español Antonio Baylos decía, no hace mucho tiempo, que en Europa las terapias anti crisis han desembocado en un espiral inagotable de recortes sociales y en una recomposición violenta de la tasa de ganancia del capital financiero y especulativo impulsada sin diferencias ideológicas por los poderes públicos. Con su brillante pluma Baylos explica:

“La reducción de salarios y el aumento del coste de la vida y los impuestos sobre el consumo de bienes necesarios, la destrucción de empleos y la flexibilización de las relaciones laborales, el endurecimiento de los requisitos de acceso a las pensiones de vejez y la disminución de su cuantía, la ampliación de la exclusión social y la degradación de los servicios de interés general se acompañan del incremento exponencial de la desigualdad social en términos impensables hasta hace poco en Europa, se han puesto en marcha con distinta intensidad en función de los marcos nacionales, la capacidad de resistencia de la población y la potencia económica del país de que se trate. El saqueo al que se está sometiendo a Grecia o el rescate que mantiene secuestrado a Portugal son ejemplos de - terminantes del programa máximo del neoliberalismo triunfante en Europa, y funcionan simbólicamente como advertencia de lo que puede suceder en países en dificultad, como España, a la vez que como objetivo a perseguir por influyentes sectores económicos en esos mismos supuestos.”

El dumping social es el resultado y, a la vez, uno de los objetivos de la globalización. La búsqueda insaciable de mano de obra barata y no sindicalizada encuentra en sus reglas de juego el mejor escenario posible. Los gobiernos, generalmente ávidos de capitales, en particular los de los países en desarrollo, compiten entre sí para ver quien hace mejor los deberes, rebajando el costo laboral mediante reformas que tienden a reducir significativamente el nivel de tutela alcanzado por los trabajadores de cada país.

Podemos afirmar que, a punto de partida de sus verdaderos objetivos, la globalización ha sido “exitosa”. En efecto, hay estudios que demuestran que en 2016, o sea dentro de un año, el 1% de los individuos más ricos del planeta tendrán una fortuna que será mayor que toda la riqueza junta del resto. Y lo más llamativo es que las crisis del sistema capitalista no sólo no los afectan, sino que les permiten aumentar su fortuna. En 2009 ese 1% de millonarios acumulaban riquezas equivalentes al 44% del PBI global. En 2014 habían alcanzado el 48%, y en un par de años superarán el 50%. Así resulta de un informe que la ONG Oxfam, de lucha contra la pobreza, presentó en el foro Económico y Social de Davos el 21 de enero de 2015. Surge claramente de él que tras la crisis de 2008, la brecha entre ricos y pobres siguió agrandándose.

Otra de las conclusiones de este informe, obvia por otra parte, es que los ricos usan cada vez más sus fortunas para lograr que las políticas públicas se adapten a sus intereses.

Queda demostrado que el ajuste estructural impuesto a algunos países europeos, y la demolición impiadosa del Estado de Bienestar, o lo que quedaba de él, ha tenido un costo social tremendo y ha generado un ensanche de la desigualdad social. Se pretende que el  

costo de la salida de la crisis lo paguen los sectores de la sociedad más vulnerables: los niños, los ancianos, los enfermos, los desocupados, los jóvenes y los trabajadores, mientras paralelamente se intensifica el proceso de concentración de la riqueza en pocas manos.

Se impulsa reducir los gastos sociales, disminuir la intervención del Estado en la redistribución de la riqueza y flexibilizar el mercado laboral, mientras una minoría privilegiada se enriquece cada vez más. Por eso no asombra lo que está sucediendo en Grecia, con el triunfo electoral de SYRIZA, un partido de izquierda que ha sabido cosechar el hartazgo de su pueblo, frente a las políticas de “austeridad” impuestas por la troika integrada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI, bajo la batuta del gobierno alemán.

III. De la derrota cultural a la esperanza: Syriza (Grecia) y Podemos (España)

En varias de mis intervenciones en estos Encuentros en La Habana me referí a la que llamé la “derrota cultural” que sufrían nuestros pueblos, que parecía llevar a que las víctimas del draconiano ajuste estructural impuesto por los planes de “austeridad” de los organismos financieros internacionales, consideraran su situación como inmodificable. La sensación era que aceptaban la derrota, porque las usinas informativas e ideológicas del sistema habían logrado imponer la idea del triunfo definitivo del capitalismo, el que se presentaba casi como un hecho de la naturaleza: inevitable.

La crisis económica y financiera mundial iniciada a partir del 2008 parecía ratificar esa impresión: la salida que proyectaban los organismos financieros internacionales y los grupos económicos más poderosos era… más capitalismo. Políticas de “austeridad” –eufemismo que quiere significar despojo de derechos a los sectores sociales más desprotegidos- y billones de dólares para el rescate de bancos y banqueros, fue el camino seguido.

No obstante, hace tiempo que se intuye que algo nuevo está naciendo. Algo que aún no tiene forma ni nombre, pero que se manifiesta cada vez con más fuerza, y que nos permite ver con mayor claridad que lo que estamos viviendo en esta coyuntura histórica no es otra cosa que una crisis civilizatoria, el agotamiento de un modo de vida, el fin del paradigma materialista y economicista capitalista que, entre otras cosas, está llevando al planeta a un desastre ecológico gravísimo.

Hay un nuevo paradigma en gestación y, con sus marchas, contramarchas y contradicciones, la “primavera” árabe, el movimiento “Occupy Wall Street”, el “Movimiento 5 Estrellas” de Italia, “Podemos” en España y el triunfo de “Syriza” en Grecia, parecen ser sus manifestaciones. El hartazgo de los pueblos y el rechazo a la vieja dirigencia política son evidentes. Hay una clara reacción contra el falso bipartidismo en el que las fuerzas políticas de centroderecha y centroizquierda se disputan y alternan en el gobierno, mediante batallas cada vez más rituales y con menos contenido ideológico ya que, domesticadas por el poder económico, cada vez se parecen más.

En Grecia, Syriza se prepara para gobernar, y en España Podemos lidera las encuestas de intención de voto para las elecciones generales del año próximo. No sabemos que suerte correrán, pero sí sabemos que su aparición en el tablero mundial, a la par que han provocado un terremoto político, nos ha llenado de esperanza. No somos ingenuos y conocemos los poderosísimos intereses económicos que apostarán fuertemente a su fracaso. La supervivencia de sus actuales privilegios y prebendas está en juego. Pero aún cuando coyunturalmente estas experiencias políticas no sean exitosas, nada podrá cambiar una realidad incontestable: hoy se verifica una ampliación de la conciencia social de los pueblos, que les genera confianza, fe y convicción, para pararse frente a los viejos políticos y tecnócratas, y rechazar los salvajes planes de ajuste y el despojo de sus derechos.

IV. Los desafíos de Latinoamérica

En un mundo globalizado, a Latinoamérica no le puede resultar indiferente lo que sucede en Europa. Muy por el contrario, debemos seguir de cerca lo que hoy ocurre en estos países europeos, que puede estar anunciando una nueva ola de cambios políticos y una transformación del tablero geopolítico mundial, y del sistema de alianzas.

Europa, pese a las enormes diferencias que existen entre sus países (raciales, religiosas, idiomáticas, histórica, sociales y económicas) pudo avanzar en el camino de la integración regional, en una experiencia que, a pesar de sus contradicciones, puede calificarse de exitosa. Latinoamérica, en cambio, avanza a paso de tortuga. Recién en la última década del siglo XX se verifica un mayor interés de los gobiernos de la región, por cumplir un mandato de los héroes de nuestra Independencia: construir la Patria Grande. Esa década alumbró varios gobiernos progresistas que, con mayor o menor énfasis, convergieron para bajar a la realidad ese sueño.

Es la única respuesta posible de nuestros pueblos a las nefastas consecuencias de la globalización capitalista. En particular, es la única herramienta eficaz contra el dumping social. Porque no se concibe un verdadero proceso de integración regional, sin establecer un mismo piso de derechos laborales y sociales para todos los trabajadores latinoamericanos.

Se equivocan los sindicatos locales si creen que es posible sostener el nivel de tutela alcanzado, o lograr nuevas conquistas, cuando los países vecinos ofrecen a los capitales costos laborales inferiores y una acción sindical débil o, directamente, inexistente. Son ellos, en consecuencia, los principales interesados en impulsar la integración latinoamericana y, en su marco, un ordenamiento laboral idéntico para todos los trabajadores representados.

Y en esa dirección viene trabajando la ALAL desde hace varios años, proyectando un borrador de una Carta Sociolaboral Latinoamericana, que debe ser debatida por el movimiento obrero de la región y sometida a la consideración de sus gobiernos, para la instrumentación de un tratado multilateral que contenga normas plenamente operativas y directamente aplicables.

Como esta iniciativa debe partir de las organizaciones sindicales regionales, la Carta Sociolaboral Latinoamericana no debe ser un enunciado de derechos “mínimos”, sino que debe reflejar el modelo de relaciones laborales al que aspiran. Luego, en la mesa de negociaciones y según el estado de la correlación de las fuerzas, se verá hasta dónde se puede llegar en un proceso gradual, pero la meta a alcanzar debe ser clara.

El aporte de los abogados laboralistas latinoamericanos a ese objetivo es el diseño de un modelo de relaciones laborales de cara al siglo XXI, el siglo de los derechos humanos. Por tal motivo, nuestro proyecto de una Carta Sociolaboral Latinoamericana se apoya en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que tiene como eje central el principio de la inviolabilidad de la dignidad de la persona humana. Y desde ahí comenzamos a desgranar todos los demás derechos y garantías laborales. Así fuimos diseñando un nuevo paradigma laboral, claramente diferenciado del vigente en la mayoría de nuestros países, que es economicista, materialista e inhumano.

V. Pero, los derechos laborales ¿son derechos humanos?

No podemos dar por aceptada pacíficamente la tesis de que los derechos de los trabajadores son derechos humanos. Es claro que en la mayoría de los países está en vigencia un paradigma de relaciones laborales que, al menos en la práctica, niega esta tesis. Pero hay otro paradigma en gestión que puja por reemplazarlo, partiendo de una visión del trabajo asalariado totalmente diferente.

En efecto, bien se ha dicho que el ser humano debe ser eje y centro de todo sistema jurídico y, con mayor razón, del laboral. Su persona es inviolable, constituyendo un valor fundamental con respecto

al cual los restantes valores tienen siempre un carácter instrumental. El trabajo humano tiene características propias que obligan a considerarlo con criterios que desbordan el marco del mercado económico, y el contrato de trabajo debe tener como principal objetivo la actividad productiva y creadora del hombre, apareciendo sólo después la relación de intercambio económico (doctrina de la Corte Suprema de Justicia de Argentina).

En el trabajo humano está en juego, en primer lugar, la dignidad de la persona que trabaja. En el actual modelo de relaciones laborales, en cambio, hay una indisimulada pretensión de cosificarla, considerándola sólo un factor de la producción y un objeto del llamado “mercado del trabajo”. Pero, como lo ha sostenido nuestra Corte Suprema de Justicia, el ser humano es el señor de todos los mercados, el que encuentra legitimación sólo si tributa a la realización de los derechos de aquél (caso “Vizzoti”, 14/09/14).

Desde esta óptica se impone, a la luz del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, cambiar de raíz aquel modelo, que hizo del trabajador un ejecutor silencioso y sumiso de órdenes que vienen de arriba, transformándose en un simple engranaje fácilmente intercambiable, de una maquinaria manejada por manos cuyo dueño desconoce.

La dignidad, reconocida expresamente hace más de medio siglo por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es inherente a todas las personas humanas, por el solo hecho de serlo. De ese reconocimiento emana una serie de derechos esenciales del ser humano, que lejos de perderse o atenuarse cuando ejerce su rol de trabajador, se potencian con singular énfasis por vía de los tratados internacionales y convenios de la O.I.T. que lo protegen. Por eso los derechos laborales son derechos humanos, porque están directamente vinculados con la subsistencia de la persona, que es lo mismo que decir que están vinculados con el derecho a la vida, que es el primer derecho humano.

Este principio, reconocido en varios textos constitucionales, se ha visto fortalecido con la protección reconocida a todo trabajador en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, conformado, entre otros, por la Declaración Universal de Derechos Humanos (arts. 23 a 25), la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre (arts. XIV y XV) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (arts. 6 y 7), a los que deben agregarse los instrumentos internacionales especializados, como el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en Materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Protocolo de San Salvador, arts. 6 y 7), la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer (art. 11) y la Convención sobre los derechos del Niño (art. 32), entre otros.

El Derecho Internacional de Derechos Humanos que emana de estos pactos y tratados es de aplicación universal, imperativa y “erga omnes” porque, a diferencia de otros documentos, el sujeto principal de los mismo no son los Estados signatarios, sino la persona humana.

Ese marco normativo se complementa con los Convenios de la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.), única entidad a nivel mundial que es fuente exclusiva de normas supranacionales relativas a los derechos laborales, a cuyo respecto los Estados Miembros deben adecuar su propia legislación. Cabe señalar que, de acuerdo al principio del art. 19.8 de la Constitución de la OIT, los instrumentos emanados de ella no pueden menoscabar cualquier norma nacional que garantice a los trabajadores condiciones más favorables. En Argentina sus normas constituyen fuente de Derecho del Trabajo, con jerarquía superior a las leyes (art. 75, inc. 22, Constitución Nacional).

La identificación de los derechos laborales como derechos humanos tiene un valor estratégico incalculable. Significa reconocer que los llamados derechos humanos de segunda generación, los derechos sociales y laborales, no son otra cosa que una manifestación de los derechos humanos de primera generación, en particular de los derechos a la vida y al respeto irrestricto de la dignidad de la persona.

Derechos que lejos de perderse o atenuarse, se potencian cuando se trata de la persona que trabaja por cuenta ajena, tal como lo prueba el desarrollo del Constitucionalismo Social. Difícilmente el discurso neoliberal pueda contradecir verdades tan evidentes.

VI. Profundizando la Carta Sociolaboral Latinoamericana

En la Carta de Cochabamba, fechada el 07/02/2007, la ALAL reafirmó su identidad ideológica, frente a algunas dudas que había despertado su gestión en el período previo. Ante el peligro de que se convierta en una organización “académica”, como las muchas que ya existían, con posiciones políticas poco claras, algunos compañeros se lanzaron al rescate y propusieron el debate de un documento, que fue aprobado por unanimidad. En él se decía:

“La ALAL no fue pensada como un espacio para el debate doctrinario, como los tantos que ya existen. Pero pretende generar la mejor doctrina, como una herramienta más para alcanzar sus fines.

La ALAL no es ni será neutral. Tiene una clara posición y una actitud militante en la lucha por un orden social justo y por un Derecho del Trabajo apoyado sobre los principios protectorio y de progresividad.

Sabemos que este objetivo será una utopía, si no logramos transformar las estructuras sociales y económicas de dominación, de marginación y de injusticia social que sufren nuestros pueblos.

Y para ello es condición indispensable la unidad e integración latinoamericana.

La ALAL no se propone solo describir la realidad. Se propone transformarla. Porque no queremos ser meros espectadores, sino activistas de los cambios que demandan nuestros pueblos. Pretendemos incidir en cada uno de nuestros países en los procesos de transformación social.”

Luego de tan categóricas definiciones, el documento proponía construir un nuevo modelo de relaciones laborales, considerando agotado el paradigma neoliberal vigente. Seguidamente enunciaba lo que denominó “los postulados fundantes” de ese modelo de relaciones laborales, y que fueron el embrión de un proyecto de Carta Sociolaboral Latinoamericana que se aprobó en México, dos años después, con los veinte derechos y garantías laborales que la ALAL propone como su contenido.

La Carta ha sido intensamente difundida y debatida en Latinoamérica, en numerosos eventos académicos y actividades sindicales, mereciendo siempre una entusiasta aprobación. Así alcanzó una “mayoría de edad”, lo que ha llevado a que los colegas de México, que organizarán un Encuentro Latinoamericano de Abogados Laboralistas en su país, en noviembre próximo, propongan que el eje sea la profundización y desarrollo de su contenido. Por tal motivo en Argentina se constituyó un grupo de trabajo, con reconocidos juristas, que están trabajando en una propuesta que deberá debatirse en esa oportunidad.

La idea es desarrollar y fundamentar los derechos y garantías laborales de la Carta, con apoyo explícito en todos los documentos, tratados y convenios que conforman el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, facilitando su difusión entre los trabajadores, los sindicatos y los abogados laboralistas latinoamericanos.

En el documento que se está elaborando, entre otras cosas se declara:

v Que la dignidad del trabajador es inviolable, siendo responsabilidad de los Estados que sea respetada, protegida y garantizada;

v Que la persona humana debe ser el centro, partícipe y beneficiaria principal de todos los procesos de desarrollo nacional, regional y universal;

v Que la esencia y fin de los procesos de globalización debe ser la globalización del trabajo digno;

v Que toda regulación del trabajo humano debe estar regido por el principio democrático, de manera tal que el trabajador, ciudadano en la sociedad, también lo sea en la empresa;

v Que queda prohibida toda discriminación, en cualquiera de sus formas, tanto en el empleo, en el acceso a él, como en los procesos de oferta, selección y contratación;

v Que toda persona debe tener garantizada la igualdad efectiva de derechos, trato y oportunidades, en todos los aspectos del derecho del trabajo;

v Que toda persona tiene derecho a un empleo estable, quedando prohibido el despido arbitrario o sin causa;

v Que el trabajador(a) debe recibir un salario que le permita satisfacer, real y efectivamente, todas sus necesidades materiales y espirituales, sin perjuicio de su derecho a la participación en las ganancias de su empresa;

v Que los Estados y los empleadores deben garantizar la preservación de la integridad física, psíquica y moral de los trabajadores(as), debiendo desarrollar políticas efectivas de prevención de los riesgos laborales. Cuando éstas fracasan, la reparación de los daños debe ser integral;

v Que toda persona tiene derecho a la organización sindical libre y democrática, a la negociación colectiva y a la huelga, en cualquiera de sus manifestaciones;

v Que los Estados deben garantizar el acceso a una jurisdicción especializada en Derecho del Trabajo, regulándose un procedimiento sencillo, rápido y gratuito;

v Que los Estados no sólo deben abstenerse de interferir, directa o indirectamente, en el goce y ejercicio de los derechos, libertades y

garantías reconocidos en la Carta, sino que deben adoptar las medidas necesarias para asegurar su plena vigencia;

v Que los Estados deben abstenerse de celebrar contratos con empresas que no respeten los derechos, libertades y garantías de la Carta;

v Que los derechos laborales son imprescriptibles;

v Que todos los trabajadores(as) tienen los derechos a tener y ejecutar un proyecto de vida y a la inclusión social, siendo obligación de los Estados garantizar su efectivo goce.

VII. A modo de final

Cuando parecía que grandes segmentos de nuestras sociedades se habían resignado a pensar que el mundo será capitalista hasta el fin de los tiempos, aparecen en escena hechos que lo desmienten. No me refiero a la constatación de que la promesa del neoliberalismo de construir una sociedad mejor y más justa ha quedado totalmente desvirtuada, ya que a todos los procesos de ajuste conocidos se realizaron (y se realizan) a expensas de los sectores sociales desprotegidos y vulnerables, aumentando geométricamente las desigualdades. Me refiero a ciertas señales, mencionadas más arriba, que nos permiten aventurar que estamos en presencia de la manifestación de un estado de conciencia social, respecto al agotamiento de un modelo y a la esperanza en la construcción de una alternativa posible.

La primer señal, sumamente positiva, es que en el escenario mundial aparecen actores sociales que han perdido el temor de navegar contra la corriente, y que no les preocupa que el discurso dominante los coloque en el terreno de la irracionalidad económica y política o, peor aún, directamente de la locura. En los casos que hemos mencionado, ha quedado demostrado que navegar contra la corriente no significa, necesariamente, darle la espalda a la sociedad, sino todo lo contrario. La segunda señal es que la obligación de elaborar una agenda concreta

y realista de políticas e iniciativas, no ha significado en estas experiencias el abandono de los ideales socialistas y de las utopías.

Y como nosotros, los abogados laboralistas latinoamericanos, no nos resignamos al rol de meros espectadores de los cambios políticos y sociales que se están produciendo, pretendemos hacer nuestro aporte para la construcción de un nuevo modelo social, político y económico, desde nuestro lugar, Latinoamérica, y al lado de los trabajadores. Y desde ahí impulsamos la cuestión de la integración latinoamericana, como única respuesta a las lacras y miserias de la globalización capitalista. Y, en ese marco, proponemos al movimiento obrero y a los gobiernos progresistas de la región, una Carta Sociolaboral Latinoamericana. No como un mero amontonamiento de derechos laborales y previsionales “mínimos”, sino como un nuevo paradigma laboral, con valores y principios diferentes y opuestos a los del modelo neoliberal en vigencia. ¿Imposible? Como dijo Simón Bolívar “lo imposible es lo que tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los días”.

 (*) Luis Enrique Ramírez é advogado laboralista na Argentina, Assessor Jurídico de diversas entidades sindicais, Professor Universitário e Presidente da ALAL – Associação Latino-Americana de Advogados Laboralistas (www.alal.com.br)

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